sábado, 3 de marzo de 2012

AQUELLOS VIEJOS BARES DE ANTAÑO




Estepa es una de esas ciudades  para recomendar a las personas amantes de la buena cocina; su fama no es nueva, sus  “bares” antiguamente “tabernas”,  ya gozaban  de esta justa honra; y es que los pueblos  confiteros , por excelencia, como es el nuestro,  también disfrutan  de las mejores artes culinarias. Estas dos virtudes se aprecian, cuando se  visitan  los bares y se saborean  las tapas más variadas.

Escribir sobre la historia de los bares de nuestro pueblo, es como embarcarse en una aventura sin fin. Son  tantas  las anécdotas que pueden  contarse, que estas páginas serían  insuficientes  para relatarlas;  por lo que permítanme que me limite a una  época, en la que,  aunque un servidor era un niño, tuvo la ocasión de vivirla, era la llamada “ posguerra”.

En aquellos tiempos,  la palabra “bar” estaba  reservada para la “taberna” que había conseguido superar  un escalón social. En efecto,  el que lograba  adquirir una “cafetera-express” ,  servir “cerveza” y  que las mujeres entraran en el recinto ya era suficiente para cambiar de calificativo y considerarse como un bar.

Nuestro pueblo desde tiempos inmemoriales contó con excelentes tabernas  en las que se reunían los hombres para hablar de los más diversos temas, al mismo tiempo que  podían beber  los mejores vinos, que  acompañaban  de las más variadas  tapas cocinadas por las mujeres de la casa y servidas por el tabernero,  platos que entraban en el precio de la bebida” ,  en la mayoría de los casos eran productos de la matanza.
La diversidad  de este sector, admiraría a cualquier persona de estos tiempos, al existir:  “Ventas”, “Tabernas” y “Bares”.
Las Ventas  eran pequeñas tabernas ubicadas en los  caminos, los descampados o  en los lugares menos transitables. Recordando, entre otras, a  la que existía en el  abrevadero de San Antonio Abad, antiguo lugar que en otros tiempos ocupara  la Ermita de su nombre, allí estaba”La Ventilla de Antón” , tasca en la que los caminantes y gente del campo por la mañana temprano “mataban el gusanillo” tomándose  la célebre copita de aguardiente, que Antón, el guarda del recinto  y ventero,  les sirviera junto al clásico vaso de agua, por si el cliente quería tomarse “la palomita”, que era rebajar  el anís,  liquido  que al ligarse  con la misma,  cambiaba de color convirtiéndose en blanco, apagando la fortaleza que caracteriza a este fuerte licor.
 En la “Joyanca” estaba “La Venta Zepelines” , en otros tiempos : “Venta  El Triunfo”, eso de  zepelines, le venía porqué el ventero, fabricante de  sifones y  gaseosas, embotellaba  este segundo producto con el nombre de  “zepelines”, probablemente por tener el envase o botella la forma del célebre dirigible Zeppelin . Tiempos después, cambió de dueño pasando a propiedad  de Francisco Llamas Cordero, llamándose entonces “Venta Santana”. La “Venta Zepelines”,   era un lugar agradable,  delante de la Casa  tenía  un emparrados del que en su tiempo colgaban unos hermosos racimos de uvas, sombra para los cansados gañanes  que se sentaban en las mesas, debajo de la planta,  para librarse de los calurosos rayos de  sol de veraniego. En esta venta se degustaban  una de las mejores morcillas y chorizos de la comarca.
Más adelante, estaba  la “Venta de la Palma”, casa amplía, de altas paredes encaladas,  grandes ventanas, y señorial con un patio grande,  empedrado,  donde los autobuses  de la Empresa de Rafael Díaz Paz, tenían su parada oficial; establecimiento, creo recordar, de negras y blancas  baldosas grandes, que culminaban  al fondo  con un elegante mostrador de madera de color caoba, desde el que  las Hermanas propietarias de la venta, servían un exquisito café, sabrosas magdalenas  y muy buena comida. Por último, y como fin de este breve recorrido por las ventas de antaño,  al lado del   surtidor de gasolina de Juan, minusválido de la guerra; estaba la “Venta de Juanillo”, lugar acogedor, en el que los niños jugaban en los futbolines,  este establecimiento  tenía una larga barra en la que no faltaban las más diversas marcas de bebidas. Juanillo el de la Venta,  fue el primero  de Estepa que trajera  este entretenimiento juvenil del futbolín.
Entre los  bares de más abolengo, estaba la  Casa de Filomena, de nombre “Bar Restaurante el Brillante”, con excelente comida, lo que hizo que fuera parada obligada de camiones de transportes y autocares turísticos que circulaban por esta carretera general, y es que Filomena Cordón, alma de la casa, era una cocinera y confitera de las mejores de Estepa, Junto al Brillante estaba el Bar Colón que montara Rafael Páez León, que años después emigrara a Brasil con su familia, restaurante, bar  que fue otra de las viejas glorias taberneras. Tanto en  uno como en el otro bar, tan frecuentado por los primeros turistas extranjeros, los que estudiábamos francés o inglés por entonces  bajábamos al Brillante o al Bar Colón a practicar con los extranjeros el idioma de nuestro estudio. 

No puedo pasar por alto, otro bar, el de “Los Lechugas”, ubicado  en la calle de la Cilla, hoy Padre Alfonso,  establecimiento que tenía dos entradas, una para los hombres por el bar,  y  la de la calle Nueva por la que entraban las mujeres, entre las que abundaban las novias que   subían a la planta de arriba, local de grandes mesas con mármoles blancos,   donde Salvador Lechuga les servían, años después , fue la primera sala de televisión pública de Estepa,  siendo ésta uno de las pocas tabernas estepeñas donde  amigas y amigos, novios y novias y matrimonios disfrutaban de la envidiable cocina de  los Lechugas;  también al Bar Jerez iban las mujeres , sólo que aquí eran de clase social más alta, , cosa que felizmente hoy no ya existe. El Bar Lechuga, se caracterizaba por sus calamares fritos, repapalillas de bacalao y las deliciosas “papas fritas”  recién sacadas de la sartén por las mágicas manos de las Hermanas Lechuga. Era embriagador el olor  del  café de calidad que servían los hermanos Antonio, Salvador y José María, siendo muy frecuente ver a algún  que otro padre con sus  niños pequeños bebiendo la copita de “vino reconstituyente infantil”, caldo generoso al que se le atribuía el don, entre otras cualidades curativas, de abrir   el apetito a los niños. Cosa hoy impensable..
Era una época en que había muy pocas distracciones y las tertulias de los amigos se hacían en las tabernas de cabo barrio y  en los   bares, pero   también estaba la radio y el cinematógrafo .En el  Cine Esperanza también tenía  sus dos tabernas, para en el descanso,  tomarse el púbico su copita, una estaba ubicada en el vestíbulo de la preferencia y la otra en la parte alta del edificio para el público del general o gallinero
En lo referente a la radio fue el “radiofónico Bar Jerez” la taberna que por excelencia  recibiera por primera vez en Estepa el calificativo de bar  “Bar Jerez y después, Jerez Nuevo”,  del  jerezano Alfonso Garrido,  donde las tardes de verano, cuando los Mesones y el  Salón con la música eran la alegría del pueblo, Alfonso conectaba su aparato de radio de grandes dimensiones y sintonizaba el partido de futbol de cada tarde,  mientras los aficionados del balón oían a Matías Prats, la voz que dió forma y color a un gol en blanco y negro, el gol más famoso de la historia que clasificara a España para la fase final del Mundial del Brasil,  un 2 de julio de 1.950,   mientras los aficionados  estepeños deleitaban la fresca cerveza , uno de los pocos lugares donde podía beberse, mientras Zarra el de famoso gol, Basora, Gainza y hasta once,   hicieran   vibrar de emoción a la afición apiñada y con la orejas puestas en el altavoz  de la radio oyendo al locutor cordobés , entre tanto las señoras sentadas en veladores que ocupaban la acera, donde estaba la cartelera del Cine Esperanza, bebían plácidamente aquella amarga y frescas cerveza,   que junto a los ricos calamares fritos por Paquita, eran el placer de las  tardes en los Mesones veraniegos.
Siguiendo el vía crucis, como les gustaba decir a los asiduos de las tabernas, frente a este establecimiento estaba “Casa Pico” taberna de oro del otro siglo, cuya propietaria era Pilar Jiménez  Cruz, taberna que te recordaba la época del bandolerismo, andaluza por prestancia y lugar de encuentro de todas las clases sociales de la época. Recuerdo que al entrar en el zaguán siempre encontrabas a los hermanos Román, gitanos señoritos, ataviados de su grandes sombreros de ala ancha,  que en Casa Pico formalizaran  sus tratos de ganado, después conforme entrabas a la izquierda había una habitación  que llamaban La Sala del  Pan, la de la mesa grande con tapa de mármol,  donde se reunían  los intelectuales estepeños que entre copa y copa, hablaban de literatura, de derecho, de medicina, estaban los Cabello, los Juárez, los Machucas, Los Fernández,  Los Álvarez, los Martín, los González, los   Santaellas, Los Lasarte, los Frutos, los Carrero, los Blanco y tantos otros.  Mientras que en la Sala situada a la izquierda de la cancela de entrada, en la  habitación amplia, la que abría sus ventanas a la calle Mesones y de tanta luz,  se juntaban los diversos gremios, incluyéndose Guardias Municipales fuera de servicio, Guardias Civiles , los Rurales,  los  carpinteros, los herreros, los zapateros, los panaderos ,en cambio, los Comerciantes se citaban en las Bodegas de Machuca y los terratenientes en la Peña Taurina, tabernas que se hallaban en la Calle de la Plaza y en la esquina de la Cilla respectivamente; prosiguiendo  con Casa de  Pico, arriba, en la segunda planta, a estaba la sala de juego donde los más mayores, jugaban a las cartas en el amplio salón de los dos balcones, sin faltarles la copa de  vino si era a medio día  o por la tarde,  la copa de aguardiente por la mañana y la copa de coñac y el café, después de comer. En la planta baja, debajo de la escalera  hasta la cocina había un largo mostrador que siempre estaba lleno de clientes que bebían los buenos y variados vinos de la casa servidos por Eusebio Merinero, Eduardo, El Botones bajo la dirección de Pepito Borrego que en bandejas suministraba las exquisitas tapas que se cocinaban en la vieja cocina por Dámasa, Pilar, La Manoleta y la Madre de la Manquita,

Desde este escrito quiero evocar la memoria  de la taberna de José María Ferrete, cita de  la juventud, donde las tapas cocinadas por Gracia , hicieron época, no faltando nunca la mesa de billar;  En el LLanete  Eusebio Ferrete, tenía fama con sus buenas tapas, así como las  su hermano Manuel en la calle Los Vitos, taberna en otros tiempos de los Padres de María García Rojas,  Tabernito en la calle de Gilena,  El Partero, La Cervecería, Taberna de Rosquillas, Bar El Suizo de Juan  Ceácero, , La Mamerta,Rico, Castaño, Rosalía, Chaborcas, La Lata y en el Salón la Taberna de Eloy,  Apolonio, El Gordo Purita,  Los Candiles  y la Bodegas Machuca de inmejorables vinos centenarios, en cuyo establecimiento se reunían los comerciantes e industriales estepeños, la Unión Gremial de los Hermanos Cabezas  Aríza;  y en la Plaza de Abastos “El Tropezón”, la “Taberna de Pelovaca”, finalizando en el rincón con la de Prieto y ahora el Gafas.
Hoy cuando ha transcurrido tantos años,  de aquellos bares, sólo nos queda el recuerdo y en las vitrinas de algún que otro coleccionista las artísticas botellas de vino, coñacs, aguardiente o el viejo sifón,  verdaderas  joyas, testimonio de una época que no volverá,  pero que dejó en Estepa como herencia: esa cocina tradicional que  Benito, el Morocho, El Kiko, Don Polvorón, La Era Verde de mi amigo Manolo González,  Rico, El Hueso ,  Bernabé, Vulcano, La Venta, El Picadero, La Puerta de Estepa, Ferrete, Bar la Esquina, El Cortijo, El Balcón de Andalucía, Bar los Remedios, El Manantial de Roya, , Los Caleros, El Venezia,  El Cala d’Or   o Francisco el del El Cañal, han sabido conservar  la cocina tradicional  ofreciendo una restauración moderna, creativa e innovadora para satisfacción de los paladares más exigentes Antes de acabar debo  pedir mis  disculpas a los bares que un servidor  haya omitido ,  involuntariamente, y que sin duda merecen todo mi reconocimiento  y estima .
Rafael Romero Jiménez.

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