lunes, 27 de junio de 2011

MIS ESCRITOS



LA MUSICA EN EL  PASEO  NO DEBIERA FALTAR....

Hablar del pasado y encontrar a faltar acontecimientos festivos que antes se celebraban,  no es nostalgia.
No soy de aquellos que piensan que cualquier tiempo pasado  fue  mejor, como cantaba Jorge Manrique,  no,  porque de ser  así, no sería consciente de lo cerca que  vivieron  muchas personas del límite de la supervivencia hasta no hace mucho.
La historia, como dice el Doctor Rojas Marcos,  es el mejor antídoto de ésta nostalgia.
El pasado,  fueron unos tiempos y  el presente  son otros, lo que no debiera ser un impedimento para  recordar, que es vivir  y  recobrar  celebraciones populares que sin motivo aparente  desaparecieron de nuestro almanaque, cuando son parte de nuestra identidad como pueblo, aparte de ser motivo para disfrutar de lo que recibimos de nuestros antepasados  y  que otros pueblos buscan y no encuentran, hasta el punto   de innovar, por no decir inventar, que es otra forma  de atraer y dar vida saludable a la sociedad cuando no  cuenta con un pasado como el nuestro.
 Hemos arrancado tres hojas del calendario, ha pasado un trimestre  desde que el viejo reloj de la Villa  diera sus doce campanadas clausurando  el   2004,  momento en  que “algunas personas” en el Paseo vitoreaban la entrada del   quinto año del Siglo XXI, que al igual que en otros tiempos  fuera el lugar de reunión con motivo de efemérides, fiestas  y  onomásticas, salvo que entonces acudía todo el pueblo.
En otros tiempos,  los acontecimientos notables tenían lugar en el   Paseo ,  plaza  coronada por el Reloj de la Villa, el  horómetro del Ilustrísimo que con tanto esmero cuidaran los alguaciles López, el hermano del Curumeo y después Antonio, el marido de Lutgarda, lugar estepeño por excelencia   que   sigue esperando la oportunidad de volver a ser lo que fue:  el corazón del pueblo y testimonio de las diversos acontecimientos al aire libre.
Pero el viejo reloj en lo más alto del Ayuntamiento restaurado, no falla y sigue  cumpliendo cada día  con su cita, para  desde la cúspide  su campana anunciarnos la hora, en espera de seguir siendo el  testigo de  los acontecimientos más notables del pueblo, lo que me sugiere  coger sus manecillas y dar  vueltas en sentido contrario hasta situarlas  imaginariamente en la cuarta o quinta década del  novecientos : en la  posguerra,  de la que tanto se habla por oídas.
Mientras retrocedo se suceden múltiples acontecimientos, desde desfiles militares, procesiones, cabalgatas,   pregones, carnavales  y censuras por las autoridades municipales  de las coplas de los murguistas, discursos desde el balcón consistorial, actos religiosos y hasta protestas contra el   Cardenal Segura,   pasando por la industria del charlatán, el comerciante ambulante,  que montado en el portalón de su vieja camioneta vende mantas, peines, matamoscas, cortes de traje, purgantes, jabones, colonias, agua de rosa  y un  sin fin  de artículos  al  público allí congregado, son  los   tiempos en que  la música armonizaba las  tardes  bajo la batuta de don Rafael o don Nicolás,  mientras los veteranos músicos como eran   los  maestros Arenas, Chía, Giraldez, Fuentes los Picapedreros o Porquera  en compañía de los más jóvenes  alegraban con sus notas  musicales aquellos jueves y domingos del verano estepeño,  mientras el pueblo  atento deleitaba las notas musicales y se recreaba  oyendo el Sitio de Zaragoza,  el Vals de las Olas y otras tantas partituras, mientras por otro lado,  los pretendientes se arrimaban o correteaban a las muchachas en demanda de relaciones formales, en tanto que  los más chicuelos con las pipas de algarrobas  que compraban a José Levita  y dos chinos,  jugaban muy callados y atentos  a las gallinas y los lobos en los pétreos asientos,  gastados por las inclemencias del tiempos   aún se aprecian muy diluidos los grabados con los caminos del entretenimiento.
Fue el Paseo el  lugar donde niños jugábamos a las cajillas, al trompo, a las  bolas, a piolas, al burro de la pared y las niñas a las tordas;  sitio  de lectura donde los niños nos sentábamos en las calurosas tardes del verano a leer los chascarrillos o tebeos  que nos alquilara a perra chica, el Abuelo Charoles, el padre del Limpiabotas,  acontecimiento que jamás se ha repetido en lugar alguno: “que todos los niños de Estepa en edad escolar, se sentaran  alrededor de la plaza y en silencio absoluto se pasaran las siestas del caluroso verano leyendo las más diversas aventuras del Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrin, Hipo, Monito y Fifi, Rabanito y Cebollitas, Cartapacio y Seguidilla, Narizan y los Cuentos de Calleja, mientras aprovechando el paso de Guerrero, el fontanero del Ayuntamiento que en aquellas calurosas horas regara el Salón para que poniendo el dedo en la manguera refrescara con sus finos chorros de agua a los infantiles lectores, riego muy frecuente  para evitar  el polvo, que de no ser así, q hubiera hecho imposible la música, el paseo y  saborear los polos del  Bar Jerez, los higos chumbos, majoletas y palmitos del Lopijo,  los moldecitos de miel,  garbanzos tostados, manzanas de caramelo,  sorpresas y sifones en miniatura del abuelo Cachacha o los buenos nísperos de José Fernández.

                                                              ¡Guerrero agua quiero!
                                                              ¡Joaquín!
                                                              ¡Agua aquí!   

Fue el Paseo el centro lúdico y cultural de nuestro pueblo, que  en su fondo estaba La Unión Gremial y después Casino de Artesanos e Industriales, donde viviéramos, a pesar de las penurias por las que atravesaba España, los más divertidos carnavales infantiles, con Tito Vázquez y El largo del Bar al piano, cantando la pelona y otras tantas canciones de la época, cucañas, papelillos, mientras en el Bar Jérez, se congregaban los aficionados del fútbol a oír por radio a Matías Prats que emitía  con gran énfasis los partidos de la liga, mientras del Salón  o Paseo, salían las notas musicales de la Banda  y el público  tanto infantil como adulto disfrutando del Paseo.
En el Paseo tampoco faltaban los vendedores de tabaco y para los más pequeños de matalauga...
                                                     
                                                        “ Aquí tenemos a Peralta
                                                           a Garrapato y Castaño
                                                           que todos son traspelistas
                                                           traspelistas de tabaco. “

  “En el Paseo la Música no debe  faltar”   son palabras del pasado, de nuestra historia,  atribuidas  al Alcalde de por entonces y que la Murga lanzó al viento y hoy recordamos  para no olvidar y recobrar.

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