lunes, 10 de octubre de 2011

EN MEMORIA DE MI PRIMO HERMANO "EL POETA ANTONIO ROMERO FRAVEGA"


LOS ALJIBES
an desapareciendo las casas grandes, aquellas de primero, segundo y hasta tercer patio separados por tabiques altos , simples o con adornos según la categoría arquitectónica del solar.
En primer término, rodeado de las habitaciones principales que protegían galerías de piso embaldosadas y techos inclinados mostrando las tejuelas o cielorraso de madera machimbrada: El Patio, que podía mirar y admirar quien pasaba por la vereda. Las plantas del Patio como un desafío de feracidad y belleza.
En medio de aquella estampa, un Aljibe, esa pieza "de viejos hierros, cal y piedra" con un balde descansando en el brocal y la soga o cadena colgando de la chillona roldana.
Cuando comenzaba a llover se tenía en cuenta dejar correr un tiempo para que se lavaran los techos y recién abrir las chapas que cerraban en los caños de bajada el paso del agua hacia la cisterna, gran olla subterránea, que guardaba tan preciado caudal para uso de los de la casa y aún para regalar a los vecinos.
Los Aljibes, que así llamábamos al todo, lo subterráneo y lo exterior, debían tenerse limpios. Cerrada la boca con dos puertas de metal pesado, semicirculares, con algún pequeño calado de adorno se cuidaba de la entrada de polvo, insectos o algún animal desprevenido que pudiera caer dentro.
Pozos del Sur, aljibes de leyenda.
Oasis de las tardes estivales.
Viejos hierros labrados, cal y piedra
Romántico recuerdo en mis lugares.
Son sus frescas entrañas la promesa
Del descanso después del largo viaje.
Son el arco de triunfo del que llega
Con ansia del frescor de los parrales.
Guardan eco de cálidas endechas
Con que canta el paisano sus romances.
Y en sus fondos de cielo se reflejan
Las manos enlazadas sobre el balde.
Al verlos solitarios uno sueña
Con las glorias que vieron ellos antes.
A veces lo lustraron las polleras
En le raudo bordado de los valses.
Y a veces les contaron de sus penas
Los ecos de guitarras sollozantes.
Al comienzo de cada primavera,
Las glicinas besaban sus herrajes.
Las glicinas se fueron; solo quedan
Solitarios, señores del paisaje,
En las casas románticas y viejas
O en las chacras al Sur de mis lugares.
(Poema de ANTONIO ROMERO FRAVEGA)
Si algo extraño entraba al aljibe o se tenían dudas sobre ello, había que realizar una limpieza fuera de las periódicas. Era todo un tema de conversación y decisión en la vida familiar. Para los chicos una oportunidad de ver la hazaña de que un hombre bajara hacia tan misteriosa profundidad.
Antes de que eso ocurriera se debía achicar el volumen de agua de la cisterna, no dejando entrar la de la lluvia y gastándolo además en pródigos baldazos arrojados a los patios, a la calle, etc., en un desacostumbrado y excesivo regadío.
Parado allí, en medio del patio, el aljibe imponía su papel de surtidor y además de refrigerador, en el que, desde temprano se bajaba, con los métodos mas creativos o rutinarios en envases de vidrio o barro y las clásicas lecheras de metal, herméticamente tapadas, la cocóa, mate cocido, etc. y la manteca, la cuajada, la natilla, para que no "se pasaran" y se mantuvieran frescas.
Se van las casas grandes; con ellas se han ido los aljibes, los vemos desterrados sirviendo de motivo ornamental, sin los pintados caños de latón que le llevaban el agua de lluvia hasta su vientre. Están, sí, llenos de nostalgia por una época, por una forma de vida que entra en la historia de la que ellos son documentos.-


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