Estepa es una de esas ciudades para recomendar a las personas amantes de la
buena cocina; su fama no es nueva, sus “bares”
antiguamente “tabernas”, ya gozaban de esta justa honra; y es que los pueblos confiteros , por excelencia, como es el
nuestro, también disfrutan de las mejores artes culinarias. Estas dos
virtudes se aprecian, cuando se visitan los bares y se saborean las tapas más variadas.
Escribir sobre la historia de los bares de nuestro
pueblo, es como embarcarse en una aventura sin fin. Son tantas las anécdotas que pueden contarse, que estas páginas serían insuficientes para relatarlas; por lo que permítanme que me limite a una época, en la que, aunque un servidor era un niño, tuvo la
ocasión de vivirla, era la llamada “ posguerra”.
En aquellos tiempos,
la palabra “bar” estaba reservada
para la “taberna” que había conseguido superar un escalón social. En efecto, el que lograba
adquirir una “cafetera-express” , servir “cerveza” y que las mujeres entraran en el recinto ya era
suficiente para cambiar de calificativo y considerarse como un bar.
Nuestro pueblo desde tiempos inmemoriales contó con
excelentes tabernas en las que se
reunían los hombres para hablar de los más diversos temas, al mismo tiempo
que podían beber los mejores vinos, que acompañaban de las más variadas tapas cocinadas por las mujeres de la casa y
servidas por el tabernero, platos que
entraban en el precio de la bebida” , en
la mayoría de los casos eran productos de la matanza.
La diversidad de
este sector, admiraría a cualquier persona de estos tiempos, al existir: “Ventas”, “Tabernas” y “Bares”.
Las Ventas eran
pequeñas tabernas ubicadas en los caminos, los descampados o en los lugares menos transitables. Recordando,
entre otras, a la que existía en el abrevadero de San Antonio Abad, antiguo lugar
que en otros tiempos ocupara la Ermita
de su nombre, allí estaba”La Ventilla de Antón” , tasca en la que los
caminantes y gente del campo por la mañana temprano “mataban el gusanillo”
tomándose la célebre copita de
aguardiente, que Antón, el guarda del recinto y ventero, les sirviera junto al clásico vaso de agua,
por si el cliente quería tomarse “la palomita”, que era rebajar el anís,
liquido que al ligarse con la misma, cambiaba de color convirtiéndose en blanco,
apagando la fortaleza que caracteriza a este fuerte licor.
En la “Joyanca”
estaba “La Venta Zepelines” , en otros tiempos : “Venta El Triunfo”, eso de zepelines, le venía porqué el ventero,
fabricante de sifones y gaseosas, embotellaba este segundo producto con el nombre de “zepelines”, probablemente por tener el envase
o botella la forma del célebre dirigible Zeppelin . Tiempos después, cambió de
dueño pasando a propiedad de Francisco
Llamas Cordero, llamándose entonces “Venta Santana”. La “Venta Zepelines”, era un
lugar agradable, delante de la Casa tenía un
emparrados del que en su tiempo colgaban unos hermosos racimos de uvas, sombra
para los cansados gañanes que se sentaban
en las mesas, debajo de la planta, para
librarse de los calurosos rayos de sol
de veraniego. En esta venta se degustaban una de las mejores morcillas y chorizos de la
comarca.
Más adelante, estaba la “Venta de la Palma”, casa amplía, de altas
paredes encaladas, grandes ventanas, y
señorial con un patio grande, empedrado,
donde los autobuses de la Empresa
de Rafael Díaz Paz, tenían su parada oficial; establecimiento, creo recordar,
de negras y blancas baldosas grandes,
que culminaban al fondo con un elegante mostrador de madera de color
caoba, desde el que las Hermanas propietarias
de la venta, servían un exquisito café, sabrosas magdalenas y muy buena comida. Por último, y como fin de
este breve recorrido por las ventas de antaño, al lado del
surtidor de gasolina de Juan, minusválido
de la guerra; estaba la “Venta de Juanillo”, lugar acogedor, en el que los
niños jugaban en los futbolines, este
establecimiento tenía una larga barra en
la que no faltaban las más diversas marcas de bebidas. Juanillo el de la Venta,
fue el primero de Estepa que trajera este entretenimiento juvenil del futbolín.
Entre los bares de
más abolengo, estaba la Casa de
Filomena, de nombre “Bar Restaurante el Brillante”, con excelente comida, lo
que hizo que fuera parada obligada de camiones de transportes y autocares
turísticos que circulaban por esta carretera general, y es que Filomena Cordón,
alma de la casa, era una cocinera y confitera de las mejores de Estepa, Junto
al Brillante estaba el Bar Colón que montara Rafael Páez León, que años después
emigrara a Brasil con su familia, restaurante, bar que fue otra de las viejas glorias
taberneras. Tanto en uno como en el otro
bar, tan frecuentado por los primeros turistas extranjeros, los que
estudiábamos francés o inglés por entonces
bajábamos al Brillante o al Bar Colón a practicar con los extranjeros el
idioma de nuestro estudio.
No puedo pasar por alto, otro bar, el de “Los Lechugas”,
ubicado en la calle de la Cilla, hoy
Padre Alfonso, establecimiento que tenía
dos entradas, una para los hombres por el bar,
y la de la calle Nueva por la que
entraban las mujeres, entre las que abundaban las novias que subían
a la planta de arriba, local de grandes mesas con mármoles blancos, donde
Salvador Lechuga les servían, años después , fue la primera sala de televisión
pública de Estepa, siendo ésta uno de
las pocas tabernas estepeñas donde
amigas y amigos, novios y novias y matrimonios disfrutaban de la
envidiable cocina de los Lechugas; también al Bar Jerez iban las mujeres , sólo
que aquí eran de clase social más alta, , cosa que felizmente hoy no ya existe.
El Bar Lechuga, se caracterizaba por sus calamares fritos, repapalillas de
bacalao y las deliciosas “papas fritas” recién sacadas de la sartén por las mágicas
manos de las Hermanas Lechuga. Era embriagador el olor del café de calidad que servían los hermanos
Antonio, Salvador y José María, siendo muy frecuente ver a algún que otro padre con sus niños pequeños bebiendo la copita de “vino
reconstituyente infantil”, caldo generoso al que se le atribuía el don, entre
otras cualidades curativas, de abrir el apetito a los niños. Cosa hoy impensable..
Era una época en que había muy pocas distracciones y las
tertulias de los amigos se hacían en las tabernas de cabo barrio y en los
bares, pero también estaba la
radio y el cinematógrafo .En el Cine
Esperanza también tenía sus dos
tabernas, para en el descanso, tomarse
el púbico su copita, una estaba ubicada en el vestíbulo de la preferencia y la
otra en la parte alta del edificio para el público del general o gallinero
En lo referente a la radio fue el “radiofónico Bar Jerez”
la taberna que por excelencia recibiera
por primera vez en Estepa el calificativo de bar “Bar Jerez y después, Jerez Nuevo”, del jerezano Alfonso Garrido, donde las tardes de verano, cuando los
Mesones y el Salón con la música eran la
alegría del pueblo, Alfonso conectaba su aparato de radio de grandes
dimensiones y sintonizaba el partido de futbol de cada tarde, mientras los aficionados del balón oían a
Matías Prats, la voz que dió forma y color a un gol en blanco y negro, el gol
más famoso de la historia que clasificara a España para la fase final del
Mundial del Brasil, un 2 de julio de
1.950, mientras los aficionados estepeños deleitaban la fresca cerveza , uno
de los pocos lugares donde podía beberse, mientras Zarra el de famoso gol,
Basora, Gainza y hasta once, hicieran vibrar de
emoción a la afición apiñada y con la orejas puestas en el altavoz de la radio oyendo al locutor cordobés ,
entre tanto las señoras sentadas en veladores que ocupaban la acera, donde
estaba la cartelera del Cine Esperanza, bebían plácidamente aquella amarga y
frescas cerveza, que junto a los ricos calamares
fritos por Paquita, eran el placer de las tardes en los Mesones veraniegos.
Siguiendo el vía crucis, como les gustaba decir a los
asiduos de las tabernas, frente a este establecimiento estaba “Casa Pico”
taberna de oro del otro siglo, cuya propietaria era Pilar Jiménez Cruz, taberna que te recordaba la época del
bandolerismo, andaluza por prestancia y lugar de encuentro de todas las clases
sociales de la época. Recuerdo que al entrar en el zaguán siempre encontrabas a
los hermanos Román, gitanos señoritos, ataviados de su grandes sombreros de ala
ancha, que en Casa Pico formalizaran sus tratos de ganado, después conforme
entrabas a la izquierda había una habitación que llamaban La Sala del Pan, la de la mesa grande con tapa de
mármol, donde se reunían los intelectuales estepeños que entre copa y
copa, hablaban de literatura, de derecho, de medicina, estaban los Cabello, los
Juárez, los Machucas, Los Fernández, Los
Álvarez, los Martín, los González, los Santaellas, Los Lasarte, los Frutos, los
Carrero, los Blanco y tantos otros. Mientras
que en la Sala situada a la izquierda de la cancela de entrada, en la habitación amplia, la que abría sus ventanas a
la calle Mesones y de tanta luz, se
juntaban los diversos gremios, incluyéndose Guardias Municipales fuera de
servicio, Guardias Civiles , los Rurales, los carpinteros,
los herreros, los zapateros, los panaderos ,en cambio, los Comerciantes se
citaban en las Bodegas de Machuca y los terratenientes en la Peña Taurina,
tabernas que se hallaban en la Calle de la Plaza y en la esquina de la Cilla
respectivamente; prosiguiendo con Casa
de Pico, arriba, en la segunda planta, a
estaba la sala de juego donde los más mayores, jugaban a las cartas en el
amplio salón de los dos balcones, sin faltarles la copa de vino si era a medio día o por la tarde, la copa de aguardiente por la mañana y la
copa de coñac y el café, después de comer. En la planta baja, debajo de la
escalera hasta la cocina había un largo
mostrador que siempre estaba lleno de clientes que bebían los buenos y variados
vinos de la casa servidos por Eusebio Merinero, Eduardo, El Botones bajo la
dirección de Pepito Borrego que en bandejas suministraba las exquisitas tapas
que se cocinaban en la vieja cocina por Dámasa, Pilar, La Manoleta y la Madre
de la Manquita,
Desde este escrito quiero evocar la memoria de la taberna de José María Ferrete, cita de la juventud, donde las tapas cocinadas por
Gracia , hicieron época, no faltando nunca la mesa de billar; En el LLanete Eusebio Ferrete, tenía fama con sus buenas
tapas, así como las su hermano Manuel en
la calle Los Vitos, taberna en otros tiempos de los Padres de María García
Rojas, Tabernito en la calle de Gilena, El Partero, La Cervecería, Taberna de
Rosquillas, Bar El Suizo de Juan Ceácero,
, La Mamerta,Rico, Castaño, Rosalía, Chaborcas, La Lata y en el Salón la
Taberna de Eloy, Apolonio, El Gordo
Purita, Los Candiles y la Bodegas Machuca de inmejorables vinos
centenarios, en cuyo establecimiento se reunían los comerciantes e industriales
estepeños, la Unión Gremial de los Hermanos Cabezas Aríza; y en la Plaza de Abastos “El Tropezón”, la
“Taberna de Pelovaca”, finalizando en el rincón con la de Prieto y ahora el
Gafas.
Hoy cuando ha transcurrido tantos años, de aquellos bares, sólo nos queda el recuerdo
y en las vitrinas de algún que otro coleccionista las artísticas botellas de
vino, coñacs, aguardiente o el viejo sifón, verdaderas joyas, testimonio de una época que no volverá,
pero que dejó en Estepa como herencia: esa
cocina tradicional que Benito, el Morocho,
El Kiko, Don Polvorón, La Era Verde de mi amigo Manolo González, Rico, El Hueso , Bernabé, Vulcano, La Venta, El Picadero, La
Puerta de Estepa, Ferrete, Bar la Esquina, El Cortijo, El Balcón de Andalucía,
Bar los Remedios, El Manantial de Roya, , Los Caleros, El Venezia, El Cala d’Or
o Francisco el del El Cañal, han sabido conservar la cocina tradicional ofreciendo una restauración moderna, creativa
e innovadora para satisfacción de los paladares más exigentes Antes de acabar
debo pedir mis disculpas a los bares que un servidor haya omitido , involuntariamente, y que sin duda merecen todo
mi reconocimiento y estima .
Rafael Romero Jiménez.
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